En artículos anteriores hemos hablado sobre la estimulación múltiple temprana y en el anterior artículo sobre los elementos que componen a la estimulación múltiple temprana, específicamente tratamos el primer elemento: el niño; en esta ocasión hablaremos sobre el segundo elemento: los receptores.
Los receptores.
El recién nacido entra en contacto con el mundo que lo rodea a través de los órganos sensoriales: la visión, la audición, el olfato, el gusto, la sensibilidad táctil y el equilibrio.
El recién nacido reacciona a la luz y logra seguir un objeto que se desplaza lentamente. También reacciona a los sonidos y demuestra preferencia por la voz humana. Distingue los olores, por ejemplo, al percibir el olor del amoniaco gira su cabeza al lado contrario. Diferencia los sabores, ya que varía su ritmo de succión de acuerdo a la concentración de azúcar contenida en el agua (Lipsitt 1976). También posee gran sensibilidad en las terminaciones táctiles y vestibulares; estos dos sentidos son los más desarrollados al nacimiento, esto explica la importancia de las caricias y los movimientos para calmar el llanto del bebé (Humphrey 1965).
Una de las primeras herramientas del lactante para adaptarse al ambiente es su visión, establecida desde el nacimiento, aunque limitada, por lo que los estímulos visuales se deben ofrecer cerca de su cara (Oppleton, 1975). A las 10 semanas, el niño puede distinguir los colores (Cohen, 1979). A los lactantes les llaman la atención los contornos y puntos de mayor contraste, prefieren mirar las líneas curvas y los objetos que se mueven lentamente (Fantz, 1967). Hacia los 6 meses de edad, el sistema visual del niño se encuentra Maduro.
El sistema auditivo es prácticamente maduro hacia el séptimo mes de gestación; a esta edad, el feto reacciona con aceleración de su ritmo cardiaco ante ruidos extraños (Bernard, 1947). Cerca de los 8 meses de vida intrauterina, el feto puede orientarse hacia una fuente sonora (Mc Call, 1979).
El sistema olfativo es uno de los más desarrollados al nacimiento. En 1975, un estudio llevado a cabo por MacFarlane, demuestra que un recién nacido de seis días vuelve más a menudo la cabeza hacia una torunda de algodón impregnada con el olor del seno materno que hacia otra con olor extraño.
El gusto alcanza su madurez hacia las 14 semanas de gestación. El recién nacido manifiesta diferentes maneras de reaccionar a las cualidades básicas del gusto: dulce, salada, ácida y amarga (Lipsitt, 1977). Sus expresiones faciales comunican su placer o rechazo al probar diferentes sustancias. El gusto sirve para seleccionar las sustancias ingeridas, brindando la posibilidad de aceptar o rechazar el alimento ofrecido. El lactante puede controlar lo que ingiere, modificando su ritmo de succión.
El tacto se desarrolla tempranamente en la vida intrauterina (Humphrey, 1970). El lactante discrimina numerosos estímulos táctiles: llora cuando su pañal está sucio, retira el pie ante un pinchazo y se tranquiliza con una caricia.
La estimulación vestibular es una de las más importantes, podríamos afirmar que entre más se mueve un niño obtendrá mejores patrones de desarrollo. Se debe movilizar al niño en forma general, por medio de juegos, además de mover cada una de sus articulaciones.
La estimulación del equilibrio, obtenida cuando la madre desplaza el cuerpo entero del niño en la interacción cotidiana: durante el baño, el cambio de pañales y de ropa, la alimentación y el juego; se ha relacionado con mayores conductas exploratorias ante ambientes nuevos.
El suministro adicional de estimulaciones táctiles a niños prematuros aumentó la puntuación en una escala de evaluación neonatal, los niños se acostumbraron más pronto a la luz y al sonido, permaneciendo despiertos por mayor tiempo, presentaron mejor tono muscular y notable control de los músculos del cuello, más rápido se consolaban y llevaban con facilidad la mano a la boca; a diferencia del grupo de niños sin estimulación táctil suplementaria (Matusak, 1975).
La combinación de estímulos de vestibulares con táctiles, tales como tomar al niño en los brazos, mecerlo y desplazarlo, favorecen la atención y el aprendizaje; además, estimulan un repertorio más variado de conductas exploratorias (Malcuit, 1981).
La visión-audición está constituida de tal manera que, a través de la estimulación de cualquiera de ellas, se establece una coordinación funcional. La presentación simultánea de estímulos visuales y auditivos incrementa la intensidad de la estimulación individual. Los lactantes de una semana de edad modifican su actividad ocular, dependiendo de que escuchen sonidos. Cuando escuchan una voz humana mantienen los ojos abiertos durante más tiempo y hacen converger su mirada hacia una parte del campo visual (Haith, 1976). Pareciera que los recién nacidos anticipan la presentación conjunta y simultánea de una estimulación visual, al momento de escuchar un sonido.
En 1981, Bridger demostró la posibilidad de reconocer objetos desde los seis meses de edad, tanto a través de la vista como del tacto. El objeto que el recién nacido aprende a distinguir por medio del tacto, lo reconoce también cuando se le presenta en forma visual.
La coordinación entre la vista y el movimiento en un lactante ocurre desde los cinco meses de edad (Masters, 1981). Se encuentra coordinación entre la visión de un objeto, el control del movimiento de los brazos en su dirección y el cierre de la mano, al momento de entrar en contacto con el objeto. El ejercicio de esta función viso-motriz puede acelerar su desarrollo (Held, 1966).
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