Los estímulos
Se entienden por estímulos todos los agentes físicos, químicos, mecánicos sociales o de otra índole, con la capacidad para desencadenar una reacción en el organismo, ésta puede ser fisiológica, como la contracción muscular o la secreción de alguna sustancia, o bien, psicológica, cuando lo que desencadena es una conducta.
La estimulación exterior incita las células nerviosas de los órganos de los sentidos que se hallan conectados, mediante las neuronas al cerebro. Cuando la estimulación es repetida, se organizan las neuronas en circuitos de complejidad creciente que hace al niño apto para conductas que antes no podía realizar.
Para estudiar los estímulos que aplicamos a los niños, debemos de tomar en cuenta: tipo de estímulo, intensidad, frecuencia de aplicación y tiempo de duración. Cada elemento es importante porque se sabe que los estímulos son específicos, por ejemplo: un estímulo luminoso sólo excita la vista, esto se debe a que el tipo de neurona que lleva cada sentido tiene diferente forma para responder a cada estímulo específico: olor, sabor, luz, sonido, vibración o tacto.
Para estimular cada tipo de neurona se requiere una determinada intensidad del estímulo; por ejemplo, si aplicamos un estímulo visual y lejos del alcance de la mirada del niño o con intensidad lumínica muy baja, lógicamente, no desencadenará ninguna respuesta.
La frecuencia de aplicación es importante, para que un estímulo active una función debe ser repetido, si su frecuencia es escasa no produce ninguna respuesta nueva. El tiempo que dura el estímulo va unido a la etapa exacta en la que debe aplicarse. Existen periodos críticos en los que son indispensables ciertos estímulos para integrar una fase del desarrollo. Si el estímulo no dura el tiempo suficiente se agota la respuesta esperada.
Es muy importante la identificación de los factores que logran la atención del niño, puesto que este proceso es el que dirige las interacciones del organismo con su medio ambiente. Los estímulos que capten la atención del niño reforzarán nuevas conductas, en cambio, aquellos que no lo absorben serán inútiles. Esta capacidad para atender los estímulos de una manera selectiva es un requisito para la adaptación y el aprendizaje.
El estudio de las respuestas fisiológicas, sobre todo las cardiovasculares, constituye un medio eficaz para explorar los diversos modos de respuesta a los estímulos externos y las resultantes interacciones niño-ambiente.
En 1976, Obrist hace referencia a las modificaciones de la actividad cardiaca e informa acerca del efecto que ejerce el medio ambiente sobre el niño y de manera recíproca, el tipo de relación que el niño mantiene con su ambiente.
La primera reacción de un organismo a un estímulo puede ser de 2 tipos: respuesta de orientación o respuesta defensiva.
La respuesta de orientación se caracteriza por una disminución del ritmo cardiaco y la respuesta defensiva por su aceleración. Se define como una muestra de información acerca del estímulo y su posterior integración.
La respuesta defensiva protege el organismo, limitando los efectos que potencialmente perturban a la estimulación.
La respuesta cardiaca se contempla como una manifestación de actividad central que repercute a nivel motriz. La desaceleración cardiaca coincide con una conducta de atención prestada a las estimulaciones, en ausencia de una intención de modificar los acontecimientos del ambiente. La aceleración cardiaca indica que el organismo proyecta una modificación a los acontecimientos ambientales. Según Malcuit (1980), los lactantes de cinco y medio meses que extienden la mano para alcanzar un juguete, muestran una aceleración cardiaca al ver el objeto, en tanto los más pequeños, que raramente lo alcanzan, muestran una desaceleración cardiaca.
El niño pueda responder a un estímulo de dos maneras: pasivamente, contrayendo la pupila ante un estímulo luminoso o produciendo saliva al ver el biberón; también puede responder en forma activa, como cuando el niño gira su cabeza hacia una fuente de luz o de sonido. En esta forma, el niño se adapta al ambiente, acomodándose a él o transformándolo.
Un estímulo novedoso provoca primero una respuesta de orientación en el lactante, con disminución del ritmo cardiaco y luego una respuesta de atención, con aumento del ritmo cardiaco.
El niño pone atención a un estímulo que es capaz de asimilar, de esta manera, muestra preferencia por los estímulos con elementos novedosos que no sean del todo diferentes de los que ya conoce. Los estímulos adquieren valores diferentes cuando la atención que se les prestó los ha hecho familiares. El niño pequeño se interesa en estímulos moderadamente distintos de los ya conocidos, esto favorece la adquisición de información progresiva más compleja; por ejemplo, un carrusel colgado arriba de la cama de un lactante de 3 meses, desde los primeros días de vida en raras ocasiones atrae su mirada, pero si se mueve o emite sonidos ofrece un estímulo, accesorio al inicial, que sí atrae la atención del pequeño.
Los estímulos más importantes para un bebé son los sociales, ya que cuando un adulto le sonríe, habla o acaricia, responde con vocalizaciones y sonrisas; no así cuando el estímulo viene de un objeto, ya que la respuesta es menos intensa y emotiva (Miller, 1976).
En una serie de comportamientos, cada estímulo brinda la oportunidad de emitir una respuesta y ésta produce a su vez un nuevo estímulo, que en su momento proporciona una nueva respuesta (Baer, 1978); por ejemplo, el ruido de una sonaja incita al Infante a mover la cabeza, su consiguiente aparición en el campo visual posibilita la exploración de sus diversos aspectos mediante la vista y el tacto. El conjunto de las sensaciones captadas permitirá reconocer la sonaja como un objeto capaz de ser llevado a la boca o de ser identificado por su nombre, según el nivel alcanzado en su desarrollo.
Es importante el contexto en el que se aplica un estímulo ya que, dependiendo de éste, se puede acentuar, atenuar o modificar el comportamiento del lactante; por ejemplo, al mecer al niño que llora tiene el efecto de calmar su llanto y disponerlo a dormir en caso de que esté cansado, pero provocará en él un estado de vigilia calmada cuando acaba de despertar, que no tendrá ningún efecto si el niño tiene hambre.
La novedad, la variación, el cambio, lo impredecible y la relativa complejidad del estímulo, son factores importantes relacionados con su valor de reforzamiento de nuevas conductas (Ramey, 1977).
En 1966, Watson observó que los lactantes presentan mayor atención a los estímulos que pueden manejar; por ejemplo, un carrusel que accionen con sus propios movimientos. La contraparte sería el comportamiento de niños internados en instituciones, que se caracterizan por su pasividad. Esto se debe a que no tienen ninguna posibilidad de influir en el medio ambiente. Aún más, los síntomas depresivos en muchos adultos y ancianos son respuestas a este no-control de su entorno.
La medida del niño, sus proporciones corporales y su apariencia, tienen efecto en el adulto que se ocupa de él (Minde, 1978). Es posible que un niño atractivo retenga la atención de un adulto y lo incite a interactuar. Los niños con impedimentos físicos suelen desencadenar en los padres un sentimiento inicial de rechazo.
Algunos niños duermen mucho, otros muy poco, mientras que algunos son dóciles y otros son irritables. La diferencia de entonación e intensidad del llanto ocasiona reacciones diversas en los adultos. Si el adulto puede tranquilizar al niño se siente competente, si no lo logra se frustra. Se ha encontrado que, en el caso de los niños maltratados predominan los niños muy irritables y difíciles de tranquilizar (Corner, 1979).
Algunos niños se mueven más que otros. Los diferentes niveles de actividad producen distintas intensidades de estimulación. Los muy activos reciben mayor número de estímulos que los pasivos. El nivel de actividad motriz está ligado a variaciones en los umbrales sensoriales. Los recién nacidos no son igualmente sensibles a los estímulos, algunos reaccionan más a estímulos auditivos que a los visuales y viceversa. Los padres que logran captar estas diferencias pueden dosificar el tipo y nivel de estimulación adecuada para su hijo.
Para el lactante, la autoestimulación en forma de movimientos, miradas y sonidos, constituye un elemento esencial para su desarrollo.
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