Los programas de estimulación múltiple temprana se han dirigido a dos tipos de poblaciones: niños con daño orgánico y niños con riesgo por causas médicas o ambientales. El primer grupo incluye niños con anormalidades genéticas como el Síndrome de Down, trastornos metabólicos como la fenilcetonuria, trastornos cerebrales como la parálisis cerebral infantil y daños sensoriales como sordera y ceguera.
El grupo de riesgo ambiental lo constituyen niños de familias de escasos recursos socioeconómicos y culturales, hijos de madres solteras o adolescentes, víctimas de guerras o desastres, abandonados, maltratados o internados en hospitales u orfanatos.
El riesgo por razones mixtas, médicas y ambientales, incluye a los nacidos en forma prematura, bajos de peso o deficiente tiempo de gestación, que además presenten daño cerebral, y a niños con padecimientos severos que pueden lesionar a alguna parte de su organismo, como insuficiencia renal o cardiaca, que debe ser internado por lapsos prolongados y que, por este motivo, se ve privado de estímulos ambientales y sociales.
La mayoría de los programas de estimulación múltiple temprana prestan atención a niños desde el nacimiento hasta los cinco años, o aún mayores con retraso psicomotor.
La estimulación múltiple temprana tiene una orientación educativa, que produce cambios en el niño y en la familia.
El concepto de educación va más allá de las tradicionales habilidades de lectura y escritura, se refiere a cualquier habilidad o conducta que pueda apoyarlo para que se enfrente al medio ambiente: enseñar al niño a usar una prótesis, a manejar las conductas sociales en su contra o a usar una cuchara, deben ser considerados como objetivos educativos; incluso el juego, como actividad esencial para su crecimiento y desarrollo, debe ser considerado como parte importante del programa educativo (Olley, 1982).
En el año de 1981, Samerroff realizó estudios en niños prematuros, y llegó a la conclusión de que el factor más influyente en su desarrollo es el medio cultural, representado por el nivel socioeconómico de la familia y la escolaridad de los padres.
Los padres y los niños ponen en juegos muchos mecanismos, para balancear las necesidades y exigencias de su complicado sistema de interacción. Cuando nace un niño disminuido, se deteriora el funcionamiento de la familia. Los padres suelen pasar por varias etapas psicológicas, entre las que destacan: la fase de choque, negación, búsqueda de un culpable, hasta la de aceptación. Este proceso puede durar varios meses o aún años.
Con el fin de no perder tiempo precioso en el tratamiento de los niños con retraso psicomotor, es recomendable el manejo institucional inicial, por medio de programas de estimulación múltiple.
En el pasado, la participación de los padres en la educación inicial de los pequeños era la excepción, más que la regla. Durante la década de los setenta se dio un gran cambio, de incorporar a los padres, y a toda la familia, en los programas de estimulación múltiple temprana.
Muchos programas de estimulación centran su atención en la ayuda a los padres, para aceptar a su hijo e incrementar su seguridad, al poder satisfacer las necesidades del niño. Una vez que los padres llegan a un equilibrio emocional, y tienen control sobre la situación, se pueden iniciar estrategias para enriquecer el ambiente del niño.
Varios autores han señalado la necesidad de considerar los recursos, esfuerzos, valores y deseos de los miembros de la familia, antes de elaborar planes de estimulación múltiple.
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